Comentario diario

¡Ay de vosotros, filisteos!

Entre nosotros. El Señor debía de estar agotado de aquella ralea de judíos entendiduchos, maestros mediocres de la ley, que sabían de memoria todo el código del Deuteronomio y el Levítico, pero eran incapaces de proceder con humanidad. Así de fuerte. Porque la humanidad empieza en la confianza que nos tenemos, que es la base de toda relación. Y nadie se fiaba del Maestro, y eso que cuanto decía, golpeaba el pecho de su auditorio para provocar un cambio de vida. Esa tropa de entendiduchos, con quienes disertaba Jesús con frecuencia, no eran más que unos necios y torpes de corazón, obtusos y filisteos. He dicho filisteos deliberadamente, porque es quizá uno de los insultos mayores que puede recibir un ser humano en cualquier época. El filisteo es un burgués prosaico, un ser humano atento solamente a sus intereses materiales, cerrado a todo horizonte espiritual, desprovisto de todo anhelo, de toda inquietud, satisfecho en su mediocridad, profundamente vulgar. Con estos tenía que lidiar el Hijo de Dios. Pobre. 

Pero de repente, aparece en escena un pagano, que no sólo no está circuncidado, sino que no tiene ni idea de un sólo artículo del Levítico, ni sabe lo que es la Torah, ni cumple uno solo de los seiscientos trece mandamientos de los que se precia todo judío. Que lo suyo es adiestrar a soldados para que ejecuten sus maniobras con esmero. Un centurión, del que se nos dice que tenía afecto por las gentes de Cafarnaún, incluso les había construido una sinagoga. Sin decirlo a las claras, está apareciendo en esta página el rostro de un político honesto que mira por el bien común de su gente y hace lo mejor, no para propiciar su entretenimiento, sino para el provecho general. 

La conversación que tiene con el Señor, a propósito de su criado enfermo, es digna de enmarcar en algún dintel visible. El resumen es que se fía del Maestro, ha dado un paso al frente, ha puesto su vida en sus manos porque sabe que aquel es un ?hombre especial?. El centurión está en las antípodas del filisteo. Tiene el oído afinado a todo aquello que es verdadero. Por eso el Señor se lo come a piropos, porque a Nuestro Señor no le importa el nacionalismo judío, ya que puede hacer que nazcan hijos de Dios de las mismas piedras, como dijo en una ocasión. No le interesa la familia como grupo étnico que funciona como una milicia donde todos actúan con unanimidad, ?¿quiénes son mi madre y mis hermanos?, aquellos que hacen la voluntad de mi Padre esos son mi padre, mi hermano, mi madre??  Y de repente se encuentra allí, de bruces, con el prototipo del cristiano, un tipo con un casco de los ejércitos del César, con su peto de bronce y su espada al cinto, pero con un corazón abierto a Dios. Por eso, Jesús se conmueve hasta la línea que junta su humanidad con su divinidad. 

Jesucristo es una fuerza que pone al hombre en situación de tomar una decisión. Lo hizo el centurión. Por eso, deberíamos huir de toda situación que ablande nuestro corazón y nos haga seres sospechosos de la Iglesia, del Papa, de Nuestro Señor, ?espectadores de la fe?. Todo eso nos impide tener el corazón del centurión, que se fía como un muchacho.